viernes, 4 de septiembre de 2009

¿Qué secretos esconde la Puna salteña?


El Noroeste Argentino (conocido con la sigla NOA) es un espacio donde existe un complejo montañoso, que incluye un sector del altiplano andino llamado Puna, altos cordones interpuestos por el Este y sierras; entre ellas se dilatan valles espaciosos de naturaleza estructural, de media altura. Estos valles se conectan por quebradas con la Puna y por valles inferiores, con la planicie que se extiende al naciente (región Chaqueña); los contrastes naturales entre elementos morfológicos tan próximos unos de otros y las necesidades de la vida general han incitado a los habitantes a una continua circulación.
La Puna es uno de los lugares más atractivos de nuestro país. Sus paisajes, sus coloridos suelos, su horizonte inhabitado, la convierten en una de las maravillas argentinas. Sus riquezas mineras son incontables, y las salinas y los salares del lugar forman parte de ellas.
El Laboratorio de Investigaciones Microbiológicas de Lagunas Andinas (LIMLA) del Centro Científico Tecnológico del Conicet de Tucumán - Planta Piloto de Procesos Industriales Microbiológicos - inició sus actividades hace seis años para explorar y estudiar los microorganismos en ecosistemas muy extremos de la Puna (lagunas, humedales y salares).
En las distintas formaciones salinas y lagunas de la región, a 4.000 metros de altura, se encontraron microbios y bacterias que forman rocas orgánicas, como las que poblaban nuestro planeta hace 3.500 millones de años aproximadamente.
Se trata de bacterias que resisten la radiación solar ultravioleta, viviendo en medio del arsénico en ambientes de gran salinidad y con alto contenido de carbonato de calcio (elemento que favorece la formación de las piedras). Condiciones muy similares a las de la Tierra hace tantos millones de años atrás.
Se encontraron especialmente en la laguna Socompa y en los seis ojos de mar cercanos al pueblo de Tolar Grande, en la provincia de Salta, a una altura promedio de 3.800 m.s.n.m.
Se trata de estromatolitos, agrupaciones de microorganismos con algas, vinculadas a formaciones calcáreas, que permitieron cambiar la atmósfera de la Tierra. "Las algas se encargan de producir fotosíntesis, y las otras bacterias reciclan los nutrientes minerales -explica Farías-. Como la vida, al inicio del planeta era muy difícil, porque no había oxígeno ni capa de ozono, estos tipos diferentes de bacterias formaron colonias, comenzaron a captar el dióxido de carbono y a transformarlo en oxígeno. Al haber oxígeno se formó la capa de ozono y la vida se tornó aeróbica. A partir de eso empezó a evolucionar y diversificarse la vida". A medida que la Tierra se volvió más estable, los estromatolitos fueron desapareciendo. "Todos son fósiles: forman montañas, por todos lados -los hay en el Valle de la Luna-; son como piedras con capas", describe la bióloga. En muy pocos lugares del mundo existen estromatolitos vivos, por lo general en ambientes marinos o salados: Yellowstone (EE. UU.), Australia, México, Chile. Este descubrimiento abre una puerta al estudio de la vida en otros planetas: "Si se piensa que en Marte hubo algún tipo de vida, el lugar más parecido en la Tierra es el desierto de Atacama y la Puna", observa la científica. De hecho, el Departamento de Astrobiología de la NASA ha invitado al LIMLA a trabajar en conjunto.
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